Las mañanas atardecían silenciosas sumidas en la profunda neblina gris. Un café distraído dejaba escapar el humo que, apresurado, emprendía su huida.
Aquella tediosa monotonía crispaba sus horas.Un condenado repiquetear martilleaba sus oídos. La irónica conciencia esperó y, cuando ya se hubo mofado lo suficiente, le hizo ver que aquel insolente, hueco y reiterado ruido, no provenía de otro lugar mas que de su mano o, más concretamente, del lápiz que ésta portaba. Con mirada distraida buscó entre unos papeles esparcidos al azar sobre una caótica mesa hasta encontrar el folio con un hueco hecho a su medida. Presuroso lo garabateó ¿El resultado? Las notas que lees en este preciso instante. Tras las cuales decidió descolgar su cansada gabardina gris y arrojarse al precipicio de aquellas bulliciosas calles en busca de esa fortuna que ahuyenta las soledades.